Lucía
recordaba, con cariño, las palabras que solía decirle a Hugo, su bebé, cada vez
que terminaba de darle de mamar y el niño
arrancaba a llorar con desesperación.
Ahora, tumbada en el camastro de su celda, revivía
cada uno de los momentos de aquella noche: aquel llanto incesante del crío; los
ojos inyectados en sangre de Pedro, -su novio; sus gritos suplicándole que
bajara el cuchillo; la rapidez con que dejó al niño sobre la cama, y la rabia
materna con la que se abalanzó con aquellas tijeras sobre el hombre,
clavándoselas en el corazón.
Luego, el silencio.
E.Q.B.
E.Q.B.
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