Se puede decir que la unicidad
de aquella bombilla le obligaba a prescindir del resto de estancias. Reunió lo
preciso para vivir y lo distribuyó en círculos.
Alrededor del camastro dispuso su ropa: una
chaqueta azul, un pantalón marrón unos calcetines “sin tomates” y las deportivas blancas. Al fondo a
la derecha su toilette: un orinal. A la izquierda la cocina: un plato y un
cuchillo. El centro lo ocupó con la mesa y la silla. Colocó los doscientos libros apilados que aún le
permitían soñar y el billete de tren.
E.Q.B.
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