Por sus dedos, se deslizaban las cuentas del rosario de madera que se
llevó cuando abandonó el convento.
-Tercer misterio, dijo, y elevó la mirada al
cielo buscando una señal cómplice. “Si veo una nube, una sola, es que he hecho
lo correcto, y si veo dos, es que me va a salir todo bien”.
Al volver sus ojos a las cuentas, atisbó, en el horizonte, dos cuerpos plateados que se
zambullían para volver a salir, con movimientos sincronizados perfectos.
-Una hembra y su cría, pensó.
-Una hembra y su cría, pensó.
Se acarició el vientre.
Tú y yo también nadaremos
juntas, cariño.
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