miércoles, 26 de abril de 2017

Segunda foto: La Boda...

M

ira, Paco, la foto de la boda. ¡Cuándo pienso que nos casamos a las ocho de la mañana de aquel jueves de la Ascensión, me entran hasta escalofríos! Que no tenía otra hora el cura, ¿será posible? Siempre había oído yo que la boda era en la iglesia de la novia, pero todos os empeñasteis que en la del Rosario, que erais muy devotos... Es que tu familia mandaba y mucho, Paco. No, si yo no digo nada, pero lo digo todo. Ahora que puedo.

El vestido mío, una preciosidad.  No me digas que no. Con aquel raso imperio y aquellos bordados en las   mangas. El velo me hacía más alta, aunque ya me puse yo mis buenos tacones.

¡Vaya ramo que me regaló tu madre, que en Gloria esté! Si no digo nada, bastante hizo la mujer, pero vamos, que uno un poquito más armado tampoco la hubiera sacado de pobre.

¡Qué guapo estabas con ese traje a rayas azul! Ninguno te ha quedado después como éste. Y ya tenía dos años el traje, pero parecía nuevo.

Es verdad, tú has cuidado siempre mucho la ropa y los zapatos. No, yo no, porque así me dabas dinero y estrenaba. Pues sí, muy chula, ya lo sabes tú.

Este traje te lo mandaste hacer con el primer sueldo que cobraste en el banco ¿te acuerdas? Es que nunca fuiste muy ahorrador, reconócelo. Hasta que juntamos para dar la señal del piso…. Casi no me caso. Ya me lo decía mi madre, no te vayas a creer.

De mi madre ni media Paco, que bien que nos ayudó cuando tu enfermedad del pulmón. Si no llega a ser por ella, estabas ya en el otro barrio. ¡Ay, Dios mío, qué cosas digo! Perdóname.

¡Qué pocos invitados en nuestra boda!, ¿verdad? Es que a esas horas Paco, el cura y apenas.

Con aquel cocido que hizo tu madre tuvimos para dar de comer a todos. Y hasta sobró para la noche. Y bien rico que estaba. Tu primo Aurelio se chupó hasta los codos.
No te preocupes, que a Aurelio no lo nombro más, no te pongas así. Anda, cambio de álbum y a otra cosa, mariposa".
E.Q.B.

martes, 25 de abril de 2017

Para ti, ROY...

En el aeródromo, Roy contaba las horas que quedaban para que se acabara el día. Era el  último de su mitad de siglo. Mañana cumpliría cincuenta. LOS CINCUENTA…¡La Madre de Dios!
Al pensar en esto, se le vinieron a la mente aquellos dieciocho. Parecía que no llegaban nunca. Revisó las decisiones que había tomado desde entonces, en sus miles de horas de vuelo, en los miles de rumbos tomados en todos los sentidos. Sin querer, hizo un nuevo repaso de su vida:

Fuerza…¡Vamos! Volar es lo que he hecho, y lo he hecho con ganas.
Esperanza…. Vivir no podía ser sólo lo respirado. 
Lucha…. Conmigo, con todos. Contra mí, contra todos.
Ideales…. Siempre. Vivir o morir. No queda otra opción.
Confianza…. Fui el mejor, soy el mejor, seré el mejor.
Impetu... No hay  motor  que no haya respondido a mis giros imposibles.
Duda… Eterna. Acierto, error. Despegar o no. Cortar motor o no. Tantas…
Angustia….Permanente. Los amigos caídos. Los que quedan.
Dolor…Necesario y suficiente. Sin él, no valen  la pena los esfuerzos.
Espíritu…de aventura trepidante. Siempre buscando, siempre.
Sensibilidad…a flor de piel. Si no sientes, no existes.

Tomó aire y estiró las piernas sobre la mesa  acomodándose más aún sobre el respaldo de la silla, mientras cruzaba sus manos sobre la delantera  de aquella cazadora de vuelo que tanto le había costado conseguir.  No era un mal balance. Había hecho lo que la vida le había permitido y resulta que le había permitido lo que  él había querido hacer. Echó en falta una palabra, sólo una, AMOR. “Y de eso, ¿qué?”, se preguntó. “De eso…muy lleno”
E.Q.B.

viernes, 21 de abril de 2017

Primera foto: El carnaval...


C

uando Rosa cerraba los ojos e inspiraba fuerte, lo veía y lo olía. Era un momento mágico.
Hacía ya dos meses que su Paco se había ido para siempre, dos meses en los que la rutina se había acomodado en su vida y en los que se alternaban las lágrimas con las pocas ganas de hacer algo.
Cincuenta y dos años juntos eran muchos años, y más de los años de entonces, de los años en que uno se convertía en la piel del otro.
Tenía los álbumes delante, y se pasaba el tiempo repasándolos una y otra vez. Así, traía a su recuerdo cada momento vivido:
"¡Hay que ver, cómo nos pintaban!, vaya colorete que nos ponían, ¿y los labios?,  Paco, tú nunca te pintaste los labios, sólo aquel día de disfraces, ¿te acuerdas? ¡Qué risas, qué bien lo pasamos!, ¿a que sí?.  Tu hermana, que en Gloria esté, la armó gorda. ¡Ay, qué Madrid el de entonces!
Mírala, aquí está con aquel novio que tenía. Juanito se llamaba. Mira que era delgado y feucho. Menos mal que lo dejó.  
¿Dónde fue la fiesta? ¿Dónde? ¡qué va!, si en Cuatro Caminos no conocíamos a nadie. Fue por Embajadores, en el patio de aquella corrala, donde pusieron tres tableros sobre unos caballetes y cuatro sillas. Aquel Juanito se apoyó demasiado y tiró el barreño con sangría y  ya no pudimos beber más. Después, tú te quemaste la lengua con el chocolate caliente y te fuiste a mojarla a una fuente. Me decías: - ay Rosa, que se me ha pelado entera. – ¡Por dios!, si nos llegan a pillar los guardias a vosotros de señoritas y a nosotras de golfillos, nos meten en el calabozo por lo menos, y más aún después de lo de tu hermana. Es que vaya idea que le dio. Y no la defiendas, Paco, que sólo a ella se le ocurre tirar de la barba al pobre viejo para ver si era de verdad o postiza. Menudos lagrimones se le saltaban al hombre. Esa era la influencia del novio aquel, ¿mira cómo cambió cuando conoció a Manolo?
¿Qué dices? Que no insistas, Paco, que fue en Embajadores. A Cuatro Caminos irías con otra. ¡Ay, rufián!  Sí, mis celos, tú, que bien que me los dabas. Tengamos la fiesta en paz."
E.Q.B. 

martes, 18 de abril de 2017

La Bombilla... (Parte III)

Aquella noche, Roberto no podía pegar ojo. Sentía un desasosiego poco familiar. Pensaba en la escasa cena, en el orden de sus cosas y, por supuesto, en el billete de tren; pero además, esta noche le alteraban los cuatro verdes de cien euros cada uno, sobre los que también tenía apoyada la cabeza. Cuando coincidió en la escalera con la de los cupones de la esquina, le sorprendió su sonrisa y la forma en que le levantó la mano para acariciarle el hombro. Al entrar en su casa, la luz del rellano iluminó el sobre blanco en el suelo. Al abrirlo, encontró el dinero y una carta corta que decía lo siguiente:
“Me ha costado averiguar dónde vivías. Eres demasiado parco en palabras. Mi hermana escribe esta carta por mi. Espero que gastes este dinero en la búsqueda de tu felicidad, la misma que me has dado a mí todos estos meses en los que tus lecturas me hicieron vivir vidas maravillosas; ser náufrago y detective a la vez, niño pinta vallas o conejo parlanchín”.
Ciertamente, el dinero le iba a ayudar, y mucho, en su viaje. ¿Aún así debía aceptarlo? Él ya había pensado en guardar todos los libros en cajas de cartón y llevarlos al kiosko, donde tantas tardes se había quitado el frío a cambio de una lectura que a él también le apasionaba. Pero no era suficiente. ¿Quién le leería a ella a partir de ahora? Y con todo y con eso, le daba dinero para su viaje. 
Se levantó, desenroscó la bombilla con cuidado y la envolvió en su camiseta.
Esperó a que se hiciera de mañana.
Se acercó a ella, le cogió la mano y le  regaló la bombilla.
"No la rompas, volveré pronto".
E.Q.B.

lunes, 17 de abril de 2017

Cumple-Ogros Feliz...

A

unque al soplar intentaba ser todo lo delicado que mamá ogro le había dicho miles de veces, lo cierto es que las tazas con el chocolate y los platos para la tarta volaban por toda la estancia y se estampaban contra la puerta de piedra de la cueva haciéndose añicos. Los niños invitados este año a su fiesta de cumpleaños se agitaban en las sillas a las que estaban atados, gritando que alguien viniera a sacarlos de aquel infierno. Darío, el bebé ogro,  disfrutaba  con los “amiguitos” que le habían traído para su “cumple”.
Con los chicos jugó a la trituradora. Las gemelas tuvieron el honor de ser usadas para el  lanzamiento de jabalina, su juego preferido. Y las tres rubitas hicieron de bate en el partido de baseball. Las pelotas eran todas pelirrojas…  
E.Q.B. 

miércoles, 12 de abril de 2017

Debilidad...

Subio los diez pisos hasta la azotea, apoyándose en la barandilla y descansando cada dos peldaños.
Había salido débil del hospital.
De la mano libre colgaba la bolsa con las meriendas que todos esos días había ido camuflando.
Abrió la puerta y llamó con voz dulce.
Una legión de gatos acudió a su llamada.
Echó en falta a dos.
-¡Qué delgaditos estáis! La próxima vez venís conmigo.
Tosió y de nuevo apareció la sangre. Volvió a toser, esta vez con más fuerza. Se dejó caer y se recostó en el muro.
Ellos, ronroneando, desgarraron la bolsa.
Se le inclinó la cabeza hacia el pecho. Con el último golpe de tos se le fue el alma, despacio. Mientras, ellos devoraban deprisa.

E.Q.B.