M
ientras cerraba los ojos,
recogía un álbum rojo, pequeño, que estaba sobre el sofá.
El cerrar los ojos de Rosa
suponía una cabezada siestera en la que
podía ocurrir de todo: soñar, o no; acolcharse el paladar, ladearse en el sofá
y levantarse con un dolor de cuello y cabeza de mil diablos, y, por supuesto,
con un humor de perros, o despertarse renovada. Cualquier hora del día era
buena, pero por la tarde temprana, la oportunidad la pintaban calva.
Rosa no cerró, más bien
apretó los párpados, unos contra otros, mientras que sus manos se
relajaban y, poco a poco, el álbum de
fotos se deslizaba por las piernas hasta
acabar casi en sus tobillos.
En una cámara oscura,
destellos de luz blanca alumbraban
paredes y suelo intermitentemente. De derecha a izquierda pasaban
personas desconocidas para ella. Su padre, sentado en el sofá verde de casa, el
mismo en el que ella se había quedado dormida, ponía su mano sobre el hombro de
una niña con lazos en las coletas. La niñita estaba contenta, se reía, mientras que miraba a ese
señor de traje azul a rayas, que la decía hola con la mano desde la esquina. ”Paco,
¿la quieres?, ¿nos la llevamos?”, Él decía que no con la cabeza a la vez que la
niña se sentaba en las rodillas del padre. La mayoría de las personas
desconocidas pasaban de largo a paso ligero, pero una señora vestida con hábito
blanco se paró frente a ella y la dijo: “no te la puedes llevar”; -“Es mi padre quien
la tiene. Él me la regala”-contestó Rosa. De repente, la niña saltó de las piernas del padre
al suelo, y agarró del hábito a la monja. Al tiempo que ellas retrocedían hacia una farola, y el
padre las seguía, Rosa miraba a Paco, que continuaba agitando la mano: “¿por
qué no la traes?, ¿por qué?
Se despertó sobresaltada y el álbum cayó
definitivamente al suelo, quedando abierto por la página con la fotografía de la niña que estuvieron a punto de adoptar.
Al tenerlo de nuevo en la mesa, Rosa pasó los dedos despacio sobre la foto de la niña con los lazos. “¡Ay, Paco, tú
siempre tan tuyo. Mírame ahora, qué sola! Y mi padre, ¿qué tendrá que ver en
todo esto? ¡Qué débil fui! ¿Sabes que pienso? Que fuiste un egoísta, Paco. Sí,
un egoísta. Por quitarme la idea de la cabeza. En aquel convento nos la daban
con gusto. Se quitaban una boca del medio.
Cien mil pesetas no era dinero. Más costó tu "cochecito beige". ¿Y qué, si
no era nuestra?. Lo hubiese sido.
Anda, calla, calla. Ya no tiene arreglo.
¿Dónde está el álbum que tenía yo de la playa?
E.Q.B.
(Créditos de la fotografía)
http://www.todocoleccion.net/fotografia-artistica/foto-dedicada