E
n estas tardes de soles luminosos, y con mayo a punto de explotar, cuantos recuerdos entrañables me vienen a la mente de aquel parque. ¿te acuerdas? Sin citarnos, los de la panda íbamos apareciendo poco a poco. Cada uno con nuestro bocata. Nos sentábamos en la piedra de la morera, o a la entrada, donde el puesto de pipas del cojo. Antes de dar el último mordisco ya habíamos echado a pares y nones para el rescate, o para el partido de futlbol, o para batear. Lo que se terciase. Algunos se quedaban hablando de ¡vaya usted a saber qué aventuras!. Todas las tardes éramos los mismos, pero ninguna tarde era igual. Esa era la magia. Precisamente esa, la maravillosa falta de monotonía.
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