La ventana que usaba Noah algunas noches era de esas con muchos
cristalitos y molduras en medio. Para su madre era un infierno
limpiarla. El picaporte estaba suave, con lo que al chavalín no le
costaba nada bajarlo. Su problema era no hacer ruido al acercar la silla
a la pared, pero una vez conseguido, subirse a ella, abrir la ventana y
extender los brazos era facilísimo. Esta acción la repetía cada noche
que había luna llena. El disco blanco siempre le llamó la atención, pero
había sido ese invierno, recién cumplidos los seis años, cunado Noah
empezó a asociar la redondez de la luna con su necesidad de gritarle
algo a alguien desconocido y además en silencio.
Probó en varias fases, y definitivamente concluyó que con luna llena su necesidad llegaba a la máxima plenitud. En ese momento, un grito le brotaba desde allí dentro y se le escapaba del cuerpo aún con la boca cerrada, y extendía los brazos y las manos y los dedos, porque así eran diez gritos a la vez. Y diez eran los gritos que le conetestaban. Y cuando los recibía, cerraba los puños con fuerza, para interiorizarlos, para quedárselos para siempre. Eran su gran tesoro. Y también eran su necesidad. No entendía por qué no había luna grande y gorda todas las noches.
Cada grito suyo era el nombre de uno de sus compañeros de
manada. Los llamaba por su nombre y ansiaba la respuesta de cada uno,
porque así sabía que estaban ahí, esperándole, detrás de las lomas
lejanas. Los gritos que recibía eran la confirmación de su esencia, de
su verdadero yo: “hermano, hermano, hermano…”, y así hasta diez.Probó en varias fases, y definitivamente concluyó que con luna llena su necesidad llegaba a la máxima plenitud. En ese momento, un grito le brotaba desde allí dentro y se le escapaba del cuerpo aún con la boca cerrada, y extendía los brazos y las manos y los dedos, porque así eran diez gritos a la vez. Y diez eran los gritos que le conetestaban. Y cuando los recibía, cerraba los puños con fuerza, para interiorizarlos, para quedárselos para siempre. Eran su gran tesoro. Y también eran su necesidad. No entendía por qué no había luna grande y gorda todas las noches.
Llegó junio, y con él las noches más hermosas; las lunas más claras.
Noah se asomó esa noche, y ante el cielo estrellado y aquella redondez blanca, majestuosa, no lo dudó. Extendió sus manos hacia la luna, pero esta vez no gritó sus nombres. Esta vez su grito fue único. VUESTRO SOY. Puso un pie en el alféizar y se lanzó al vacío. Cuando sus padres oyeron el golpe y salieron a la calle, se les paró el corazón al ver a su niñito en la acera, ensangrentado. Corrieron, pero nada pudieron hacer. Se desplomaron.
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Ya han pasado seis meses desde que Noah se marchara. Su madre sigue "arreglando" su habitación, como siempre. Todos los días se encuentra el cuento preferido de Noah abierto por el sitio en el que aparece aquel dibujo de la luna llena que ocupa toda una página, y una manada de diez lobitos en la otra, mirando a la luna, cada uno con su nombre colgando al cuello. Están muy tristes porque un hermano lobo se les ha perdido, y hasta que no aparezca, su mamá no volverá con ellos. La madre de Noah recuerda la cantidad de veces que le leyó ese cuento, y cómo le decía: “pobrecitos Noah, habría que hacer algo para ayudarlos. Ojalá que aparezca el hermanito porque si no se van a criar solos y eso es lo más triste que le puede pasar a alguien”.Mientras lo cierra se pregunta: “¿por qué demonios me dejo siempre este cuento abierto por aquí?
Sin darse cuenta lo coloca en la estantería.Y otra más. Otra cosa más que hace, sin darse cuenta.
E.Q.B.