miércoles, 25 de octubre de 2017

Ella...



No puedo evitarlo. Lo he intentado, lo juro, pero su penetración en mi mente ha anulado todos mis sentidos. Esa mujer me ha vuelto loco. No dejo ni un minuto de pensar en toda ella, ni de desmigajar sus partes para acariciarlas con mi imaginación. La veo abriendo los labios y, sacando su lengua húmeda, mojarse el labio de arriba. ¡Uff!, el labio... Tantos labios… . Mientras, me entretengo mirando  la curva de su cuello, que es igual a la de su cintura, esa que yo agarro fuertemente, para atraerla hacia mí, para encajarla en mí. Y cuando pienso que la tengo así, encajada de frente, noto sus pezones duros sobre mi pecho, noto su roce al mover sus hombros. Al deslizar mi mano sobre sus caderas, y percibir su vaivén, yo también empiezo a balancearme, de un lado al otro y de atrás hacia delante.



Hace ya tiempo que mi pantalón estalla.  Y sé cómo se siente ella cuando lo nota. Sé exactamente lo que le pasa por su cabeza. Y entonces, arrimo mis labios a su oído, para  pasarle mi lengua antes de susurrarla: “te quiero”.  Y mi corazón se pone en alerta, esperando oír un “te amo” que surja de su boca. Y lo dice. Y yo me vuelvo loco. Y sólo pienso en derramarme dentro de ella, y notar que ella también me vierte lo suyo. Y es toda esa mezcla de fluidos la que me hace estar vivo, sentirme vivo, VIVIR. Oh, sí, vivo por ella. Para ella. Y por mí, porque nunca me sentí mejor.