No puedo evitarlo. Lo he intentado, lo juro, pero su penetración en mi
mente ha anulado todos mis sentidos. Esa mujer me ha vuelto loco. No dejo ni un
minuto de pensar en toda ella, ni de desmigajar sus partes para acariciarlas con
mi imaginación. La veo abriendo los labios y, sacando su lengua húmeda, mojarse
el labio de arriba. ¡Uff!, el labio... Tantos labios… . Mientras, me entretengo
mirando la curva de su cuello, que es
igual a la de su cintura, esa que yo agarro fuertemente, para atraerla hacia mí,
para encajarla en mí. Y cuando pienso que la tengo así, encajada de frente, noto
sus pezones duros sobre mi pecho, noto su roce al mover sus hombros. Al
deslizar mi mano sobre sus caderas, y
percibir su vaivén, yo también empiezo a balancearme, de un lado al otro y de
atrás hacia delante.
Hace ya tiempo que mi pantalón
estalla. Y sé cómo se siente ella cuando
lo nota. Sé exactamente lo que le pasa por su cabeza. Y entonces, arrimo mis
labios a su oído, para pasarle mi lengua
antes de susurrarla: “te quiero”. Y mi
corazón se pone en alerta, esperando oír un “te amo” que surja de su boca. Y lo
dice. Y yo me vuelvo loco. Y sólo pienso en derramarme dentro de ella, y notar
que ella también me vierte lo suyo. Y es toda esa mezcla de fluidos la que me hace
estar vivo, sentirme vivo, VIVIR. Oh, sí, vivo por ella. Para ella. Y por mí,
porque nunca me sentí mejor.