Permitidme esta licencia.
Estaba el otro día leyendo un
texto reciente acerca de la evolución de las especies y se me originó un gran
conflicto. Hablaba de la evolución de los seres humanos, y de los seres
pertenecientes a un grupo de individuos homogéneos. Y ahí nació mi desasosiego.
Porque al tratar un tema tan trascendental para nosotros y nosotras como éste,
no se decía seres humanos y humanas, ni tampoco grupo de individuos e
individuas homogéneos y homogéneas. Lo analicé durante un tiempo y llegué a la
siguiente conclusión:
En el transcurrir del tiempo que
toda evolución conlleva, los humanos y las humanas, que somos los que tenemos,
y las que tenemos, la capacidad de verbalizar lo razonado, nos hemos
involucionado terriblemente. Porque escribir lo anterior distinguiendo entre
sexos me ha costado literalmente un tiempo precioso, tiempo que multiplicado
por el que deben gastar todos y todas en sus escritos, en sus debates y
reflexiones, es posible que llegue al infinito.
Como resulta que además de ser
mujer, de estar por supuesto del lado de las mujeres razonables, y de defender
el feminismo tal y como lo define nuestra REAL ACADEMIA ESPAÑOLA DE LA LENGUA (ideología
que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres)
considero que gastamos un tiempo precioso en trivialidades que desvían nuestro
gasto de energía, el nuestro, el FEMENINO, en querer establecer normas de “pacotilla” en vez de
enfocarla enterita en conseguir esa igualdad de DERECHOS (económicos,
laborales, de reconocimiento profesional, etc, etc).
Porque: ¿qué derecho conseguimos
por escribir y verbalizar todos y todas, humanos y humanas, compañeros y
compañeras? ¿Qué peso tiene ese derecho que nos compense del tiempo perdido?.
Seguro que alguien tiene una
explicación convincente. Os invito a que me la hagáis llegar.
Como no pierdo el tiempo en
distinciones verbales sexistas, puedo permitirme el lujo de leerlas,
analizarlas y hasta, si es posible, cambiar de opinión.
Muchas gracias
E.Q.B.